Autor: Frank Shy (Narragansett)
El otro día, un hombre llamó para pedirme que escribiera un artículo sobre la disposición o vivacidad para pelear. Odio escribir sobre lo que no sé, como la disposición para pelear y su causa. Peor que eso, no conozco a nadie que lo sepa. Un sinnúmero de galleros le hablarán hasta aburrirle sobre el tema. Recordarán todo tipo de experiencias y pruebas. Pero, al acabar, usted no sabrá más de lo que sabía al comenzar.
Ed Piper, autor de The Feathered Warrior (El Guerrero Emplumado), escribía bien sobre el tema. Cada vez que le faltaba material para su periódico, se sentaba a escribir. Así, producía un artículo sobre la disposición para pelear. Creo que sus divagaciones sirvieron de algo. Hicieron a los galleros conscientes de esa cualidad. Intentaron mejorarla a través de sus cruces. Se volvieron menos tolerantes con los gallos que no la tenían, aunque esos ganaran la mayoría.
Ed, siempre buscaba a la familia con absoluta vivacidad para pelear. Por supuesto, nunca encontró una. Pero se acordaba de que fulano de tal tenía tal familia cuando era joven. Ed estaba seguro de que existía en algún lugar. ¡Ojalá! Pudiera encontrarla hoy en día. Leí todas sus teorías. También investigué algunos de sus ejemplos y experimenté con varias teorías. Pero, al examinarlas de cerca, todas cayeron en pedazos. Así que no aprendí mucho. Piper predicaba que, si encontraba a una familia mítica, debía haber una disposición absoluta para pelear. Esa cualidad podría perpetuarse cruzándolos, sin añadir sangre ajena. Inclusive, él conocía a un tipo, por ahí en el norte de Maine, quien tenía tal familia. Eran Whitehackles. Los gallos antiguos puros. El criador sentía lo mismo de ellos. Tan vivaces que no los podía ni describir. Él nunca introducía sangre ajena en la línea, así como nunca cruzaría el caballo Secretariat con una burra. El norte de Maine está muy lejos de la mayoría de los galleros. Es raro cómo las cosas extrañas siempre ocurren en lugares muy lejanos. Pero el hecho es que ese gallero de Maine era un buen amigo mío. Antes íbamos a cazar y pescar juntos, así que le pregunté sobre el asunto. Él apoyó a Piper al 100%, gallos dispuestos para pelear hasta el alma. Materia pura. Criados por cruces consanguíneos durante más generaciones de las que él recordaba.
El problema es que él llevó una carga de ellos a Orlando (Florida) el siguiente año. La mitad resultó ser correlones. No solamente uno o dos, sino la mitad. Entonces, empacó a los que quedaron y los llevó a Hot Springs (Arkansas). Allí, Piper manejaba un anillo, e hicieron lo mismo. Eso canceló cualquier idea sobre las familias vivas para pelear. También, su perpetuación por cruces consanguíneos. Para terminar esta fase del tema, he encontrado que existe la misma situación en otros casos.
Algunos galleros son lo que yo llamaría fanáticos de la disposición para pelear. Siempre platican de ello, conducen varias pruebas, usted sabe, ésas de uno, dos o tres días, y buscan tales aves por todo el país. Sus llamadas de larga distancia debieron costar bastante. A.T.T. debió aumentar sus utilidades. Adquirieron aves de gran disposición para pelear, de todas partes. Las probaron, las tiraron y buscaron más. Yo conozco a muchos de estos galleros desde hace más de 40 años. ¡Y siguen buscando!
Un tipo decía que podía tomar el gallo más vivaz de toda la historia y convertirlo en un cero en tres semanas. No sé exactamente qué es lo que les hacía, pero el hambre y la falta de agua para tomar fueron parte de ello. Yo no dudo que él podía hacer lo que decía. Yo sé que nunca mandé uno de mis gallos con él. E. Stanford Hatch, creador de las aves que llevan su nombre, solía decir que la disposición a pelear era, sobre todo, cosa de la constitución. Tuvo instalaciones ideales para empollar, criar y enjaular. La mejor alimentación y atención durante 365 días al año. Criaba para fuerza y poder sobre todo. Y sus aves fueron vivaces para pelear, ¡supervivaces! Quizás no estaban dispuestos a que hablara siempre Ed Piper. Pero estaban más dispuestos que la mayoría. No practicaba cruces consanguíneos; siempre metía sangre ajena. Pero tuvo mucho cuidado en lo que introdujo a la línea. Nunca usó razas que tenían fama de ser correlonas. Un viejo inglés, George Gavitt, vivía cerca de mí. Criaba y peleaba gallos en Inglaterra y en EE. UU. Decía que, si alguien dice que nunca tuvo un gallo que corrió de un anillo, jamás peleó muchos gallos. Lo que dijo es muy sabio. George era un gallero práctico. Con más de 80 años, él había jugado muchos gallos. No era adicto a la disposición para pelear. Tuvo unos Hennies que podían cortarle a uno las orejas, pero de vez en cuando uno de ellos entregaba su renuncia. Eso nunca le molestó a George. “Yo sé que no siempre quedan ahí dentro”, decía, “pero cuando se van, al otro gallo siempre le alegra verlo irse”.
No me importa si un gallo se sale o si no tiene esperanzas de ganar. Pero, mientras las tenga, quiero verlos ahí dentro tratando de matar al otro. Ese rasgo de asesino es importante. A lo largo de los años, George ganó mucho más a menudo de lo que perdió.
Muchas veces uno ve a un gallo en el anillo, echado de lado, picoteando cada vez que el otro gallo se acerca a su alcance. Ahí tienen un gallo dispuesto para pelear, dice la gente. El problema es que el otro gallo está picoteando también. O quizás, dando pequeños golpes débiles que no conectan con nada. Pero, si pusieran un gallo fresco ahí dentro que le diera una paliza al gallo tirado, este dejaría de picotear. La competencia desigual afecta mucho la disposición para pelear. Muchos gallos, que parecen vivos en competencias menores, huirán si un rival muy superior los mata de un golpe.
Hace años, yo conocía a un viejo gallero franco-canadiense llamado Leví. Yo no tenía nada de experiencia, así que él me cuidó y me enseñó. Él me llamó muchacho. Y me decía: “Cuando yo entro al anillo con uno de aquellos giros y la temperatura es de 100 grados en julio, tú apuesta conmigo”. Esos giros no podían cortar ni pelear mucho. Pero eran muy fuertes y resistentes. Leví siempre pensaba que el otro gallo se exhaustaría en el sol y se rendiría antes de que esos giros cayeran. La mayoría de las veces él tenía razón. Pero hace 50 años había muchos más correlones en el anillo que hoy en día.
Otro tipo nos cuenta de una familia de Brownreds que no había mostrado ni un correlón en 20 años. Tenían disposición absoluta para pelear, declaró el dueño; tenía razón. Eran absolutos: “Absolutamente muertos ahí dentro en el anillo”. El problema fue que eran tan frágiles que una pelota de ping pong los mataba. Por eso, no tuvieron que recibir mucho castigo antes de caer. Este hombre apunta bien: es el castigo el que rinde un gallo. Si la constitución de un gallo es tan débil que muere antes de sufrir mucho castigo, aparenta querer pelear. Si hubiera podido quedar ahí dentro, quizás se hubiera escapado por otra ruta.
Bueno, por ahora, ya debes haber escuchado suficiente de este chisme que se platica al vecino por la cerca de atrás. Si usted ha aprendido algo, fue pura coincidencia. No sabía que les había dado información. Quizás le gustaría escuchar mis propias ideas sobre el tema. Eso es todo lo que son solo ideas, nada de sabiduría real. Y tengo solo una norma para pelear: un deseo terrible de matar.
No importan las circunstancias. “Ganando, perdiendo, lastimando, sacudido, lo que sea”. Quiero verlo siempre tratando de matar al otro gallo con lo que tiene, o lo que le queda. Si un gallo no tiene esa actitud, no me interesa. La única forma que conozco de obtener y retener esa cualidad es criar exclusivamente a los que la tienen. No creo que se pueda perpetuar esa cualidad por cruces consanguíneos. De hecho, yo siento que con cruces consanguíneos extendidos es más probable que la destruyan. Hace más de 40 años, Tom Dillane dijo: “Cuando una familia de aves se deteriora físicamente, también lo hace su deseo de pelear”. Lo cual es otra manera de decir lo que Sandy Hatch decía, que “la disposición para pelear es más que nada de constitución”.
La disposición para pelear es una característica hereditaria. No hay duda de eso. Algunas aves son mucho más dispuestas que otras. Pero es una proposición delicada. Muchos factores pueden dañarla o reducirla. La introducción de sangre de gallos no dispuestos la causará rápidamente. Probablemente en la primera generación. Bajo tales circunstancias, hay que eliminar cada gota de esa nueva sangre de sus corrales. Probablemente, uno podría mejorar esta falta de ganas de pelear al reducir la sangre no dispuesta. Pero, al hacerlo, se perderían las buenas cualidades que la sangre nueva trajo a la línea. Así que, probablemente, lo mejor es deshacerse de ella por completo.
Desafortunadamente, la falta de ganas de pelear es muy tenaz, como una chapucería, una pata verde o una cabeza redonda. Una vez que una de ellas se mete en una línea, la línea persiste para siempre, sin importar el bajo porcentaje de tal sangre.
Yo nunca he estado muy preocupado por la falta de disposición para pelear. Pero siempre he intentado evitar eso. Para lograrlo, he usado cruces sencillos. He evitado cruces consanguíneos muy cercanos. Solo he cruzado aves jóvenes, fuertes y sanas. También he sido muy cauteloso al introducir sangre ajena, lo cual hago muy rara vez. Del mismo modo, trato de nunca soltar un gallo que no esté en buena condición. Pero aún así, nunca estoy seguro de cuándo pueden surgir los problemas. Tal vez el año que viene. Esperemos que no.